DE MAR Cervecería








sábado, 5 de junio de 2010

El Rompido

Aunque parezca que ya no quedan rincones no masificados ni playas vírgenes o semivírgenes en la costa española, los hay con cuentagotas, pero vaya si los hay. Además del cabo de gata o de las playas gaditanas de Bolonia, el rompido, una pedanía pescadora del municipio onubense de Cartaya, es otro rincón mágico.


Quizá se mantenga en pie porque llegar a Huelva no es precisamente sencillo; de hecho, no hay ningún aeropuerto en la provincia y el viajero debe aterrizar en Sevilla o en la localidad portuguesa de Faro, ambas a apenas una hora en coche, pero sea como sea, nada tiene que ver esta esquina desconocida de la Costa de la Luz con el estereotipo habitual de la playa de toallas apiñadas, mareas humanas y aroma a nivea.

Porque lo más importante de El Rompido, además de que el turismo no se ha masificado, es su desbordante naturaleza. Sin duda, el gran tesoro que presenta al visitante. El río Piedras, que separa Cartaya de Lepe, llega al océano amarismado, en un rico delta que alterna el pinar con la duna y con las aguas someras, en donde reposan el alcatraz, el chorlitejo, el alcaraván, el zarapito o la espátula. Un ecosistema de enorme riqueza que, en el fondo, no es sino una prolongación natural del vecino Parque de Doñana. Pero ahí no termina la cosa: lo más impresionante es La Flecha, una lengua de tierra que discurre durante doce kilómetros en paralelo a la costa, conformando la torturada desembocadura del río Piedras en el mar.

A su creación contribuyó notablemente el mortífero terremoto de Lisboa de 1755 y el tsunami posterior que arrasó las costas de esta zona de Andalucía, con efectos devastadores en pueblos como el gaditano Conil. Igual que hizo surgir la tierra donde actualmente se ubica Isla Cristina, también taponó en parte la conexión del río con el mar.Los sedimentos depositados durante años en aquel obstáculo fueron conformando un largo brazo arenoso que crece unos 30 metros al año. Y así como en una orilla de esta lengua, la que da al Piedras, hay rincones dorados y rica vegetación, en la otra, la que se abre al Atlántico, se extiende una interminable playa virgen en la que ninguna actividad humana estable está permitida, ni siquiera el alquiler de sombrillas.

Por ello, bendita incomodidad, el turista, asombrado, cruza el Piedras en un barquito de ida y vuelta en apenas diez minutos, cruza posteriormente la lengua de tierra, que en su parte más ancha mide quinientos metros, por una pasarela de madera que preserva las especies vegetales... y desemboca enuna playa de novela, con una profundidad media de cien metros de arena dorada de una pureza extrema. Un lugar en el que perderse con facilidad y en el que descubrir un paraíso de los que ya casi no quedan. Y al que hay que llevarse todo, absolutamente todo, porque aparte de conchas, aves y un océano apabullante que muere en el arenal, allá no hay nada.

A El Rompido el turismo se asomó tímidamente hace apenas cuarenta años y, por fortuna, no lo ha colonizado. La aldea conserva su regusto marinero, con decenas de barquitos fondeados en la ría natural que se ha formado, aunque también hay un hermoso puerto deportivo. Tiene dos faros, uno decimonónico en desuso y otro más moderno que alumbra cada noche. Y tiene una hostelería estupenda, volcada en las especialidades de la zona: la impresionante gamba de Huelva, la coquina, la almeja y, desde luego, los pescados: dorada, lubina, corvina, el atún almadraba...

La Ola, De Mar o El Rincón de Pescadores son pequeños restaurantes en los que sumergirse en esta gastronomía marinera, siempre a buen precio.

En cuanto a hoteles, el Fuerte Rompido Suites es, sin duda, la gran referencia. Y para quien busque ambiente nocturno, tampoco le ha de ser difícil encontrarlo. El mejor garito de la pedanía es el Luz de Mar, con ambiente chill y una impresionante terraza. Programa conciertos en directo habitualmente y todo, conciertos y ambiente, se trasladan ya de madrugada a un chiringuito playero situado a apenas unos centenares de metros.

Por lo demás, la aldea conserva el tipismo de lo recóndito. Sólo hay un centro comercial, aunque construido con cuidado: los establecimientos son pequeños edificios de madera con techumbre de brezo. Lo dicho, un lugar para perderse... sin tener tiempo de aburrirse.

Fuente: Deia.com         Publicado: 01/06/2010

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